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Bajo el cielo de Colombia (IX)

Se van acabando los días y se aproxima el día de regreso a España. He hablado con Nieves, de ACNUR, y nos vamos a subir a Soacha para poder grabar la actividad diaria del colegio del barrio, hoy es un día de actividad escolar

Se va a desarrollar una asamblea con varias asociaciones y fundaciones para plantear determinas acciones de desarrollo de proyecto en el barrio, una de las organizaciones que quiere empezar a trabajar es CODESARROLLO. Doña Lina María Londoño, directora de Zona Centro, explica su proyecto de gestión social y ambiental, es su primera visita al barrio y, como a todos nos pasaría, la sorpresa de lo que allí nos encontramos es mucho más impactante de lo que nos han contado.

Me dirijo a saludar a todas aquellas familias que, durante los días que he estado en el barrio, me han abierto sus humildes casas y su gran corazón, son momentos duros pues las despedidas, aún no deseadas, son inevitables, las lágrimas abordan esas miradas de saber que pasará tiempo para poder volver a vernos.

Estoy debajo de un tendejón intentado asimilar todo aquello que he vivido en este lugar cuando se me acerca una mujer, Lida A Becerra, y me pregunta que es lo que estamos haciendo en el barrio, nos ponemos  a charlar y me cuenta el proyecto que ella y su fundación están realizando allí: acoger y trabajar para la recuperación y la reinserción de jóvenes en exclusión social por drogadicción y violencia extrema. Otro proyecto que ella ha impulsado, desde la creación de su fundación, es el trabajo en las cárceles con los condenados por asesinato. Jóvenes que, como ella me cuenta, han entrado en las guerrillas con promesas incumplidas de dinero, de una casa para sus familias y de que, en el caso de que los cojan, tan sólo pasarían un año en la cárcel, cosa que, como hemos comprobado, es totalmente incierto.

Quizás lo más maravilloso de esta gran mujer es que, sin ningún tipo de apoyo y con escasos cincuenta mil pesos, o sea veinte euros, comienza su gran proyecto de vida que es ayudar a todas aquellas personas que, según la sociedad, son vidas irrecuperables, vidas que han caído en el abismo del olvido tanto por las instituciones como por la sociedad en general.

La historia de Lida es increíble; trabajando en una de las cárceles con sus talleres, que yo les denominaría como horas de esperanza y amor, conoce a un preso que le pregunta por su marido y ella responde que lo mataron en “tal sitio” y que su nombre era “tal”. El preso se queda pensativo y al día siguiente le llama y le dice que necesita hablar con ella, Lida piensa que posiblemente necesite ponerse en contacto con su esposa e hijos o que necesite algún medicamento y se acerca a verlo a la cárcel. Al llegar, él se pone de rodillas para pedirle perdón porque le transmite tímidamente que él y otras tres personas más fueron las que mataron a su esposo, con lágrimas en los ojos le suplica que no se vaya, que necesita poder abrazarla para que su corazón pueda empezar a descansar y así continuar luchando por poder ser la persona que ella le ha dicho que tiene que ser.

Lida se queda sin palabras y, con lágrimas en los ojos y el corazón totalmente dolido, le abraza y le pide un poquito de tiempo para poder encajar aquella confesión con los recuerdos de su marido tirado en una cuneta, con varios tiros en el pecho, y teniendo que arrastrarlo ella sola hacia la casa para poder darle sepultura junto con sus hijos.

Salió de la cárcel y estuvo recorriendo Bogotá durante más de cuatro horas para poder encajar uno de los testimonios que nunca pensó escuchar.

“Me siento totalmente feliz con mi trabajo, doy mucho amor a todos aquellos que, en un momento determinado de sus vidas, se han equivocado haciendo mucho mal y provocando mucho dolor a personas que ni si quieran intentaron conocer”. Es, según me dice ella, el momento justo para poder cambiar tanto dolor por esperanza.

Con la gran sonrisa y el esplendor de su mirada tenemos que regresar a Bogotá, pasando por Casuca, sus calles y sus gentes se alejan en nuestro viaje hacia el hotel.

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