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Bajo el cielo de Colombia (III)

Hoy es viernes 18 de abril, un día muy significativo para mi ya que hace un año que mi padre me dijo adiós. Se que él estará contento pues meses atrás habíamos hablado de este hermoso proyecto y hoy, más que nunca, el título de la serie  “Bajo el mismo cielo” es, sin ninguna duda, aquel proyecto que construimos juntos.

Ha sido un día duro pero muy gratificante y lleno de historias que me llenan de sabiduría y entereza. La esperanza y la fe que me trasmiten todas las personas que voy conociendo son un vivo reflejo de que la lucha por una vida mejor es el día a día de estas familias.

Me recibe en su casa Kelly, madre de dos niños, la más pequeña de dos meses. Es una mujer feliz porque tiene la suerte de que su marido trabaja en una fábrica de ladrillos y tiene un sueldo fijo. Todos los meses puede traer a casa un jornal que, por lo menos, les permite comprar agua que, por cierto, es cinco veces más cara que la que pagan los ciudadanos de Bogotá.

La historia de Nubia es demasiado grande, demasiado profunda, quizás la que más me ha llegado. Es madre soltera con un hijo de catorce años; me trasmite una lucha constante para poder sobrevivir y educar a su hijo como prioridad en su vida. Su madre apenas puede caminar y su sordera dificulta enormemente la comunicación; ayer y nos dijo que si la traíamos pescado fresco, arroz, yuca, banana y tomates, le encantaría cocinar para nosotros, un equipo de cinco personas, más su hija y su nieto. Así fue. Hoy se levantó hacia las ocho de la mañana, se puso su mejor traje y cuando llegamos alrededor de las nueve, estaba esperándonos con una sonrisa que merece ser recordada. Llegamos hacia las doce para comer todos juntos; me es muy difícil poder explicar la sensación de bienestar que te puede producir el ver que, aún no teniendo nada y siendo totalmente desconocidos, te ofrecen todo aquello de lo que a ellos les sobra, su amistad su bondad y su amor por el ser humano. El brillo de felicidad en sus ojos es algo que uno guarda en la retina cuando tiene que marcharse.

Quiero dar las gracias de todo corazón a todo el personal de la agencia de Acnur en Bogotá, en especial a Mauricio y Prospero, responsables de nuestra seguridad, incansables en su trabajo, profesionales en su cometido y, como decimos en nuestra tierra, hechos de otra pasta. Después de varios días que llevamos juntos, admiro su forma de ser, su forma de comprender y, por supuesto, la labor que desarrollan día tras día con todas las personas que vamos conociendo en Altos de la Florida.

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